Francisco: «Las rupturas no son buenas, o se progresa por desarrollo o terminamos mal»

-BLl: Se está llevando a cabo el Sínodo 2023, en un contexto en el que usted ha definido a esta época no por sus cambios sino, fundamentalmente, como un cambio de época. ¿Cómo se adapta la Iglesia a esta realidad? ¿Qué Iglesia se necesita para estos tiempos?

-Francisco: Desde los inicios del Concilio Vaticano II, Juan XXIII tuvo una percepción muy clara: la Iglesia tenía que cambiar. Pablo VI coincidió y continuó, al igual que los Papas que los sucedieron. No se trata solamente de cambiar de moda, se trata de un cambio de crecimiento y en favor de la dignidad de las personas. Y ahí está la progresión teológica, de la teología moral y todas las ciencias eclesiásticas, incluso la interpretación de las escrituras, que han ido progresando de acuerdo al sentir de la Iglesia. Siempre en armonía. Las rupturas no son buenas. O se progresa por desarrollo o terminamos mal. Las rupturas te dejan fuera de la savia de un desarrollo. Me gusta usar esa imagen del árbol y sus raíces. La raíz recibe toda la humedad de la tierra y la tira para arriba a través del tronco. Cuando uno se separa de eso, termina seco y sin tradición. Tradición en el buen sentido de la palabra. Todos tenemos una tradición, todos tenemos una familia, todos nacimos con la cultura de un país, una cultura política. Todos tenemos una tradición de la cual debemos hacernos cargo.

-BLl: Usted plantea una complementariedad entre la tradición y el progreso.

-F: El progreso es necesario y la Iglesia tiene que insertar estas novedades con una reflexión muy seria desde un punto de vista humano. «Nada humano me es ajeno» dice el pensador griego Publio Terencio Africano. La Iglesia toma en su mano lo humano. Dios se hizo hombre, no se hizo teoría filosófica. La humanidad es algo consagrado por Dios. O sea, todo lo que es humano tiene que ser asumido y el progreso tiene que ser humano, en armonía con la humanidad. En la década del ´60 los holandeses inventaron la palabra «rapidación», que era mucho más que una aceleración. Bueno, en esta rapidación de los conocimientos científicos la Iglesia tiene que estar muy atenta y con sus pensadores en diálogo. Y subrayo esto: se debe dialogar con todo progreso científico. La Iglesia tiene que dialogar con todos, pero desde su identidad, no desde una identidad prestada.

-BLl: ¿Cómo se resuelve la tensión entre cambiar y no perder parte de su esencia?

-F: La Iglesia, a través del diálogo y la consideración de los nuevos desafíos, ha cambiado muchas cosas. Incluso, en cuestiones culturales. O, por ejemplo, en lo referido a la vida de un Papa. Que un Papa dieta entrevistas como esta no eta muy común al final del Concilio Vaticano I. En un siglo y medio ha cambiado una barbaridad, pero siempre en una línea. Hay un teólogo del siglo IV que decía que los cambios en la Iglesia tienen que tener tres condiciones para que sean verdaderos: que se consoliden, que crezcan y que se sublimen con los años. Es una definición de Vicente de Lerins, muy inspiradora. La Iglesia tiene que cambiar, pensamos cómo cambió desde el Concilio hasta ahora y cómo tiene que seguir cambiando en la modalidad, en el modo de proponer una verdad que no cambia. O sea, la revelación de Jesucristo no cambia, el dogma de la Iglesia no cambia, pero crece, se desarrolla y se sublima como la savia de un árbol. El que no está en esta vía es uno que da un paso atrás y se encierra en sí mismo. Los cambios en la Iglesia se dan en este flujo de identidad de la Iglesia. Y tiene que ir cambiando a medida que los desafíos le vayan presentando cosas. De ahí que el núcleo de su cambio sea esencialmente pastoral, sin renegar de lo esencial de la Iglesia.

-BLl: ¿Es difícil ser el representante de Dios en esta Tierra y en este momento?

-F: Voy a hacer una herejía. Todos somos representantes de Dios. Todos los creyentes tenemos que dar testimonio de lo que creemos y, en ese sentido, todos somos representantes de Dios. Es verdad que el Papa es un representante de Dios privilegiado, y tengo que dar testimonio de una coherencia interior, de la verdad de la Iglesia, y de la pastoralidad de la Iglesia, es decir, de la Iglesia que siempre va con las puertas abiertas a los demás.

BLl: Francisco, ¿cómo es su relación con Dios?

F: Pregúntale a él (mira para arriba y sonríe). Creo que es una imagen, pero hay mucho de verdad: conservo mucho de mi piedad de chico. A mí me enseñó a rezar mi abuela y conservo mucho esa piedad simple, de rezar, de pedir y, como decimos en Argentina, de la Fe del carbonero. Cuando rezo no soy complicado. Incluso, alguno podrá decir que tengo una espiritualidad anticuada. Puede ser. En ese sentido, hay como un hilo conductor desde la niñez hasta ahora. La conciencia religiosa ha crecido mucho, es otra cosa, ha madurado, pero el modo de expresarme con Dios siempre es sencillo. No me sale ser complicado. A veces digo (mira hacia arriba) «arreglá vos este asunto porque yo no puedo». Y le pido la intersección a la Virgen, a los santos, para que me ayuden. Y cuando hay que tomar una decisión, antes siempre está el pedido… la luz de arriba, ¿no? Pero el Señor es un buen amigo, me trata bien. Me cuida mucho, como nos cuida a todos. Tenemos que pescar cómo nos cuida, a cada uno nos cuida con nuestro estilo. Eso es muy lindo.

-BLl: ¿Y a veces uno se enoja con Dios?

-F: No, me enojo con los demás. Por ahí le protesto alguna vez, pero sé que me está esperando siempre. Cuando meto la pata o cuando me enojo injustamente con alguien. Pero nunca me reprocha. En el diálogo que tengo con el Señor, el reproche siempre es caricia. Hoy leía el capítulo 11 del profeta Oseas donde habla de esa caricia, de ese amor de Dios para cada uno de nosotros como si fuéramos esa imagen de la ovejita que la lleva sobre sus hombros. Las tres cualidades de Dios, las más contundentes, son cercanía, misericordia y ternura. Dios es cercano. Dios es misericordioso, nos perdona todo y nos tiene una paciencia impresionante. Y es tierno, esa cosa delicada de Dios aún en las pruebas difíciles. Así lo vivo yo.

-BLl: Usted sonríe, ríe, muestra un gran sentido del humor. ¿Qué cosas lo divierten? El sentido del humor es un certificado de sanidad.

-F: Desde hace más de cuarenta años, rezo todos los días la oración para pedir el sentido del humor, de Santo Tomás Moro, un grande. Esa oración la puse en la nota 101 del «Gaudete et exsultate» (NdR: exhortación «Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual», de marzo de 2018), por si alguien la quiere ver. En ella se pide al Señor la capacidad de reír, de ver el lado ridículo de las cosas, de saber ver que la vida tiene algo de sonrisa siempre. Empieza la oración muy linda: «Dame señor una buena digestión y algo para digerir». Ya empieza con sentido del humor. Y eso me gusta porque el sentido del humor humaniza. La gente que no tiene sentido del humor es aburrida.

-BLl: Muy aburrida.

-F: Incluso aburrida consigo misma. En mi trabajo sacerdotal me pasó de aconsejar alguna vez a alguna persona, que se mire al espejo para reírse de sí mismo. Les cuesta horrores porque les falta esa capacidad del humor. Bueno, estas cosas no son muy dogmáticas que digamos. Es un poco de sabiduría de vida que me enseñaron y yo trato de ayudar a los demás con eso.

-BLl: Los miedos son inherentes a la condición humana. Sin embargo, usted, como Sumo Pontífice, suele transmitir una paz contenedora. ¿De vez en cuando lo asalta algún miedo?

-F: Sí, porque sé que si me equivoco en alguna cosa, mi ejemplo va a hacer daño a mucha gente. Por eso hay algunas decisiones que las pongo en la incubadora para que el tiempo las vaya madurando. Hay otras que las someto a un sínodo para que sea toda la Iglesia la que se exprese.

-BLl: ¿Alguna vez pensó que íbamos a tener un Papa argentino?

-F: En su momento se hablaba mucho de Pironio (Nota de la R.: Eduardo Francisco, Cardenal obispo de la Iglesia Católica). Recuerdo que su figura la hacía antipática una rama del episcopado argentino, cerrada y tradicionalista, que planteaba que su designación podía hacerle daño a la Iglesia. Fue el que inventó las jornadas de la juventud hizo tanto bien a la Iglesia. Y se hablaba de él como posible Papa. O sea, que la idea de un Papa argentino la teníamos con Pironio. Después no se dio por la coyuntura, murió de cáncer… Y ahora está por salir el estudio sobre un milagro de él y si Dios quiere, hacia fin de año puede ser declarado beato.

-BLl: Como profeta de la esperanza, ¿qué nos puede decir para alimentarla?

-F: La esperanza es la virtud humilde, la de todos los días, a la que le damos menos importancia. Siempre hablamos de la fe, la caridad y el amor. Y la esperanza es la de la cocina, pero precisamente porque es la de la cocina es la de todos los días. No solo no hay que perder la esperanza, sino que hay que cultivarla. Hacernos un corazón esperanzador, un corazón con esperanza. ¡Es tan fecunda la esperanza! Un poeta la llamaba la virtud humilde. No podemos vivir sin esperanza. Si cortáramos las pequeñas esperanzas de cada día, perderíamos la identidad. No nos damos cuenta de que vivimos de esperanzas. Y la esperanza teologal es muy humilde, pero es la que sazona los condimentos cotidianos. No es una huida pensar que quizás mañana va a ser mejor. Es otra cosa.

-BLl: Me gustó mucho una apreciación sobre usted que circuló estos días en Argentina: «Papa Francisco, el profeta de la dignidad humana. Gracias, como siempre.

-F: Recen por mí, por favor. Pero recen a favor, no en contra.

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